Mi apuesta: la educación frente a la prohibición

Estoy completamente de acuerdo en que la polémica respecto a una posible prohibición de la presencia del vino y la cerveza en los menús del día de los restaurantes no merece más tratamiento que el de la indiferencia. Primero, porque es absurda en sí misma, lo que ya debiera ser suficiente motivo. Segundo, porque fue desmentida, por el propio Ministerio de Sanidad, a las pocas horas de haberse hecho eco de ella varios medios de comunicación.

Y, aunque he de reconocer que me entran muchas ganas de compartir con todos ustedes algunas reflexiones sobre la forma que tiene de proceder la titular de esta cartera con algunos asuntos (en este caso el producto que nos afecta directamente: el Vino), debo darle la razón a quien sabe, e ignorarlo.

Utilizar el alcohol, como se hizo en el Parlamento Europeo recientemente, con el Plan de Lucha contra el Cáncer. O pretender excluir al Vino de la Dieta Mediterránea, como señalaba el borrador de la Estrategia de Salud Cardiovascular. Es algo que se repite con la suficiente frecuencia como para permitirnos pensar que asistimos a una especie de estrategia de desgaste sobre el consumo de Vino, que está poniendo a prueba la capacidad de un sector que lucha, también científicamente, por defender un consumo voluntario, moderado y responsable.

Aunque, sin menosprecio de esta posición, bien haríamos si, atendiendo a las advertencias que nos llegan de otros (que también saben mucho del tema), le prestáramos atención a las muchas y variadas amenazas que, relacionadas con el contenido alcohólico que tiene el vino, nos apuntan desde muchos organismos. Algunos mucho más serios en su forma de proceder y que van, desde la prohibición de su consumo, hasta el aumento de impuestos que lo acaben situando al mismo nivel de una droga.

A continuación, información para susccriptores.